domingo, 17 de agosto de 2014

Confesión

Desde que empezó el verano, lo primero que hago al despertar —antes de ir al baño, asearme o desayunar— es encender el portátil para mirar en Google, una y otra vez, diseños lolita de ensueño. Paso embobada fotos de chicas enfundadas en vestidos de algodón, adornados con elaborados y delicados estampados. Me detengo en las escenas que representan, en los encajes y los lazos, en los zapatos, en los complementos...Estos trajes pixelados ya no me parecen físicos, sino una puerta mágica al mundo de la expresión, de la fantasía y de los cuentos de hadas. ¡Ojalá pudiese extender la mano, atravesar la pantalla y arrancarlos de la galería! ¡Ojalá pudiese sentir en mí su textura, girar y echar a volar una amplia falda —como si de una seta empapada de pintura acrílica se tratase, manchando así de fantasía mi entorno—!

O,simplemente, contemplarme frente a un espejo con el nuevo Romantic Irony de BTSSB y ver cómo aflora mi interior, por fin, más nítido, más veraz, más yo.

Pero me aterra poner un pie en la calle y que, con cada mirada hostil, con cada dedo acusador, con cada insulto, mi vestido se enoje, se deprima y se quiera suicidar, estrechándose sobre mi cuerpo, cada vez más, hasta matarnos los dos. Y, entonces, todos en el pueblo me rodearían para disfrutar con mi macabro final, como inquisidores morbosos ante una bruja calcinada.

El sonido de las notificaciones de Facebook me devuelven a la realidad; aparto la vista de mi ordenador y me agobio al pensar que no tengo dinero. No debería pensar en locuras de Peter Pan si apenas puedo costearme mis estudios en la universidad. Busco un bolígrafo sobre mi mesa repulsiva. Todavía conservo un botellín de agua que, al abrirlo, huele mal; vasos de plástico que compré hace un mes para un intento fallido de litrona con ginebra; un libro de la biblioteca sobre cómo pintar al pastel que ni siquiera he empezado a leer; un rollo de papel higiénico para mis constantes mocos... Miro más allá de mi cama deshecha y, sobre un mueble aburrido, apilo ropa odiosa que llevo vistiendo desde mis quince años. En el suelo reconozco un par de calcetines, migas de pan, polvo y algunos mechones de pelo, pues hace poco que me corté el flequillo en uve y no me molesté en limpiar lo que manché.

"Esto es un caos", pienso. Pero el caos no existe solo en mi habitación, sino que es un algo invasivo, que se expande por todos los puntos de la Tierra como una plaga, tocando a cada uno de los seres humanos. Un caos previo al orden, el vasto y misterioso océano en el que flotamos dubidativos. Mas tampoco me atrevo a enfrentarme a él; todos sabemos que, quien se enfrenta al caos, tiene que ir armado hasta los dientes, o poseer el poder de los cristales como Luneth, Arc, Refia e Ingus.

Quizá mi traje de combate no sea una cota de malla, ni una túnica, ni un chaleco antibalas o un polo de Lacoste; quizá mi traje de combate es el lolita y mi arma las palabras. Debo lealtad caballeresca al arte, y este ideal es el único que puede acercarme un poquito a eso que muchos soñamos; el paraíso. Nos han insistido en que tan solo en la muerte se pueden alcanzar las blandas y rosadas nubes, el exquisito alimento y la bondad, la dulzura, la serenidad y la felicidad infinita entre los ángeles... Sin embargo, yo quiero ese mundo en vida, y lo conseguiré aceptando lo que soy; lolita. Este poderoso sueño, paradójicamente, nunca se duerme, porque es más tenaz que la consciencia o el razonamiento; es la voluntad de un espíritu noble que se niega a doblegarse ante los límites que imponen sus propios miedos, su familia, sus amigos, su pareja, sus vecinos, su centro de estudios, los desconocidos, España, la UE, los cinco continentes, las grandes empresas, el dinero, la moral cristiana, platónica o kantiana —de cualquier tipo, ¡da igual!— o el universo entero.

Ahora solo tengo un montón de hermosos vestidos insertos en un buscador web, una habitación desordenada, una cartera casi vacía, un montón de pensamientos extraños y un blog con el que desahogarme; pero no me rindo, porque mi corazón está repleto de esperanza.



 Dedicado a todas las lolitas, habidas y por haber~


Gracias a Anshin R. Doyle que, aunque ella no lo sepa, ha sido una continua inspiración para mí. Sus vídeos me ayudaron a aceptar lo que soy.

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